jueves, 17 de noviembre de 2011

Oído cocina!

Cuando nos encontramos Theresa y yo, esta mañana, comentamos lo siguiente: -oh, nuestra primera clase de cocina práctica, qué ilusión-.
Empezaba un buen día.
Vaticinaba también un buen día el chiken bus. Es indescriptible: un chute de energía de un café piccolo, fuerte, con cuerpo y mucho aroma, que notas cuando llega al estómago y también cuando se va filtrando a la sangre reflejándose en el latir del corazón, y en la sensación del cuerpo... Eso es lo que siento cuando Theresa y yo nos subimos al Chiken bus y como siempre, la música a todo volumen.


Resuena el Thriller de Michael Jackson, la versión completa en la pantalla plana del autobús, son las 7.30 de la mañana y a mi me entran ganas de ponerme a bailar y salto con los túmulos aprovechando la ocasión para mover los hombros y la cabeza al compás de la música. Miro por las ventanas y contemplo la naturaleza, frenadas de golpe, acelerones, humos, el chico que pasa cobrando el ticket inexistente... Theresa y yo reímos descaradamente sorprendidas pese a que ya llevamos días, y le cuento el grupo de Facebook que tenemos en España: yo también cuando entro al Bershka me entran ganas de pedirme un cubata. Aquí pasa lo mismo, cuando entramos en el bus, nos entran ganas de bailar, y cantar. Acaba la canción y sigue Shakira, pero para este momento ya tenemos que bajarnos, a mí me da tiempo de cantar un rato más, ahora que conozco la letra perfectamente. La señora que se baja en la parada anterior a la nuestra, se vuelve para mirar a la loca que canta con tanta energía tan temprano. Los viajeros están acostumbrados por lo que nada les parece fuera de lo normal. Theresa y yo reímos sin parar, y cuando nos toca bajar ella espeta: ¡oh no nos da tiempo de terminar Shakira con lo que me gusta!

Hoy han empezado nuestras primeras clases de cocina práctica... Teníamos parvulos, mi clase normal y tercero. Hemos hecho chocobananos y tarta de chocolate con galletas, sin duda muy nutritivos, poco calorícos, ejem... Elegí estas recetas por que eran baratas, sencillas y se podían hacer sin miedo a qué ninguno de ellos saliera herido: sin usar cuchillos, ni practicamente utensilios. Hacía que todo resultara previsiblemente conseguible. Los niños han disfrutado una barbaridad, no están acostumbrados a comer chocolate, ni galletas, por supuesto.
Las dos hemos disfrutado como ellos, organizando un poco todo y contemplando sus caras de alegría cuando nos veían aparecer con el chocolate y las galletas. También con la leche, a la que tampoco están acostumbrados. Aquí se sustituye por atole, mosh o café, incluso los niños más pequeños están acostumbrados a tomar café cada día en el desayuno. 
Para los dos ha sido tremendamente gratificante, ya que ellos no entendían muy bien la nutrición, ni el proceso de la digestión, y decir que me sentiría contenta si supieran distinguir las frutas de las verduras. ¡Cosa que hemos conseguido! 






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